martes, 20 de octubre de 2009

MATRIMONIO: GRACIA PODEROSA

Daniel Lorenzo Santos _


Dios nos ha escogido desde siempre, desde toda la eternidad, nos ha mirado, se ha enamorado de nosotros. No de nuestra belleza sino de la belleza que El puede poner en nosotros; de esa diadema, de ese vestido de fiesta, de esa hermosura que es el don de su gracia.
El Señor se ha enamorado de nosotros y nos ha capacitado para acoger su don, su gracia. Porque hemos sido capacitados no sólo para reconocer a Dios en nuestra vida, sino para acoger el don de Dios y poder ser así divinizados. Estamos capacitados para vivir en la unión con Dios, para ser familia de Dios, para vivir el desposorio con el mismo Cristo.
¡Sintamos en verdad el desposorio con el Señor: el amor con que nos ama, la ternura con que nos mira, la ternura con que nos toca, la delicadeza con que nos limpia!. Porque el Señor no nos limpia con agua; nos limpia con su sangre preciosa derramada sobre nosotros; y esa sangre nos hace capaces porque contiene todo el don de la gracia divina, nos hace capaces de ser en el mundo signo, presencia, sacramento del mismo amor de Dios.
La sangre de Cristo en el vino nuevo de la Alianza nueva. Nosotros somos vino nuevo en la Alianza nueva, porque tenemos la capacidad de con-fundirnos con la sangre del mismo Cristo. Porque hemos sido capacitados de ser consanguíneos de Cristo. La gracia del matrimonio, la gracia del desposorio en Cristo, la gracia sacramental de ese sacramento que es vuestra realización adulta en Cristo, la obtenemos de la acogida del don de su gracia que se manifiesta de modo singular en la Eucaristía. En ella, Él nos hace participar en un banquete nupcial y nos da su sangre, porque quiere que participemos de toda su vida, porque la sangre contiene la vida, la santidad, el don, la plenitud.
Queremos vivir como matrimonios en Cristo. Eso es el matrimonio sacramental. Pues esa gracia se alimenta de la única Eucaristía. Esposorio de Cristo. Celebración gozosa de la unión de Cristo con cada uno de nosotros. Y para vosotros, matrimonios en Cristo, celebración gozosa de Cristo Jesús que os dice que sois uno. Un solo ser nuevo. Que habéis sido -también vosotros- machacados como las uvas en el lagar, pero no por ningún pie duro, no por ningún instrumento doloroso, sino por la caridad que emana de la Trinidad. La Trinidad os ha unido; os ha con-fundido, para no ser ya uno y otro, sino para ser un nosotros que vive de la plenitud del amor de Dios.

El Señor quiere revelaros las gracias de vuestros desposorios. Y ahora no me refiero a los desposorios místicos sino a la gracia de vuestro matrimonio. Ved en qué medida estáis viviendo el don de Dios, el poder de Dios. En qué medida es sólo vuestro matrimonio esfuerzo personal. En qué medida es solamente una lucha vuestra, de los dos, o de uno más que del otro, o de uno tirando por el otro, que son cosas buenas; pero en qué medida es sólo eso. O si, por el contrario, habéis empezado a percibir en vuestra vida matrimonial el poder extraordinario que brota del amor de la Trinidad. Ése que se derrama sobre vosotros y os capacita para desarrollar vuestra vida en común realizando vuestra vocación.
Y a los esposos cristianos ... ¿qué se les pide?. A los esposos cristianos se les pide que se amen. Ni más ni menos. Pero se le pide que se amen de tal manera, que todas las relaciones entre ellos no puedan en modo alguno estar presididas por otro criterio. No hay otra justicia sino la caridad: el amor. Y un amor al modo del amor de Cristo. Un amor que se entrega, que se da. Un amor que es todo radical, un amor que es acogida en plenitud, un amor que es misericordia y perdón, y que perdonando sana.

¿Habéis caído en la cuenta de que sois instrumentos de sanación primero en vuestros hogares, que el Señor os ha puesto uno junto al otro para ser sanación el uno del otro, para que viváis el gozo de la plenitud de Dios?. Así es: habéis sido puestos uno al lado del otro para la mutua comunión, de suerte que ya no es tu historia y mi historia, sino que es nuestra historia en común; y ésta nuestra historia en común sólo se puede realizar creciendo los dos -y no digo al mismo tiempo, digo con el paso acompasado-.

Esto supone que cada uno, más que mirarse a sí, mire cómo crece el otro. Como los pámpanos de la vid: no se trata de que contemplen ellos lo largos que pueden llegar a ser, sino el viñador, el que les cuida, el que les mima, Él es el que va a escoger cuál es la parte que debe permanecer y cuál la que ha de ser podada. Pues ahora, vosotros sois la esposa viñadora del esposo y el esposo viñador de la esposa. Crecéis en cuanto contempláis el crecimiento del otro. Porque ya no sois dos sino un nosotros que cada día debe parecerse más a la comunión de Dios en la Trinidad. Por tanto, ese vosotros necesita la fuerza, el alimento, la gracia que procede del Espíritu Santo. Y ahí, desde la gracia que procede del Espíritu Santo, podréis empezar a vivir ya ahora y adelantar a todos los que viven con vosotros y a todos los hombres, lo que un día se va a realizar: el gozo de vivir en perfecta comunión con el Padre, el Hijo en el Espíritu Santo con todos los hombres y mujeres que han sido sanados, rescatados y purificados por la sangre preciosa de Cristo Jesús.

Os invito a orar cada uno por su esposo o esposa, por sus hijos, fruto de esa fecundidad maravillosa. Es don de Dios para la humanidad. Porque el Señor nos ha dicho: No os quedéis con el hombre dañado por el pecado. Buscad al hombre que ha salido de mis manos. Al hombre, al ser humano sobre el que he insuflado mi Espíritu. Ése es el hombre que puede formar un matrimonio que es sacramento. Fijaos en ese hombre, en ese ser humano, en esa persona. Somos nosotros que, aunque dañados por el pecado, hemos sido re-pristinados, hemos recobrado la belleza primera, por el don del Bautismo, por el don de la reconciliación, por el don de la presencia del Espíritu Santo en nosotros, que no sólo nos hace clamar ¡Abba ! sino que nos llama a vivir en la santidad.
Las familias, los matrimonios cristianos, son sacramento en cuanto que se convierten en el mundo en testimonio vivo, encarnado, real, veraz y auténtico del amor de Cristo a su Iglesia. Y Cristo, por su Iglesia, por la humanidad, derramó hasta la última gota de su sangre. De este modo, vuestro testimonio martirial debe abarcar toda vuestra vida. Por eso os invito al testimonio que es el martirio de cada día: el ofrecimiento de cada día de vuestras vidas como esposos para ser en el mundo -desde la humildad- testigos fiables de Cristo Jesús.

Vuestros hijos tienen el privilegio de que han vivido o pueden llegar a vivir en vuestros hogares cómo el Señor les toca, les mira, les sana, les habla, les salva ... ¿Cómo vivir tranquilos cuando tantos niños hoy van a perderse la posibilidad de vivir la experiencia de contemplar el rostro de Cristo, su mirada, el tacto de su mano sanadora?. Por eso, matrimonios cristianos, es la hora de vuestro testimonio radical y martirial; para que muchos, contemplando en vosotros la obra grande que Dios realiza, puedan llevar a sus hijos la experiencia de sentir la mirada y escuchar la Palabra del Salvador.

A vosotros, matrimonios cristianos, al comienzo de este nuevo milenio, se os invita a remar mar adentro. Se os invita a que no pongáis excusas: ya hemos bregado bastante, ya venimos de la tarea, ya hemos hecho lo que podíamos. En la Palabra del Señor, en su Palabra poderosa, podéis realizar la alta, la altísima misión que hoy a vosotros, matrimonios cristianos, se os confiere.

Testimonio martirial, testimonio de toda la vida. Responsabilidad personal: que nadie diga a mí no me toca o yo ya he hecho bastante. Y mirad que hay una multitud de niños que, sin familias que les muestren el rostro glorioso de Cristo, no Le van a reconocer. No podemos quedarnos indiferentes. No podemos decir: ya hemos trabajado, nos hemos pasado la noche bregando. ¡ Remad mar adentro: en vuestras familias y en este mundo!. Porque habéis de ser testigos de la esperanza; y así vuestro matrimonio será fecundo, no ya en vuestros hijos sino en todos los renacidos para la gracia.

No se trata de cargaros con más, no se trata de añadir a los problemas de la vida más problemas. Se trata de vivir del gozo que tenemos, del tesoro que poseemos. No tengáis miedo, porque el poder de Dios está con vosotros. No tengáis miedo. Vivid la experiencia gozosa de ser testigos, mártires del evangelio de Cristo, haciendo lo que se os pide: amaros para que, en vuestro amor, todos puedan ver la encarnación del amor de Cristo por su Iglesia, del amor de Dios por los hombres, de la entrega radical del mismo Dios para que todos lleguen al conocimiento de la verdad y todos se salven.

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