martes, 1 de marzo de 2011

SEXUALIDAD HUMANA

Las dos fuentes de la moral católica han sido siempre la Palabra
de Dios explicada por la Iglesia y la reflexión humana sobre las
exigencias de la ley natural. Sin embargo, cuando queremos
catalogar la gravedad de un pecado, no basta acudir con
ingenuidad a cualquier cita de la Escritura, pues la cultura en que
ella se mueve no corresponde siempre a nuestras circunstancias
actuales. La visión que aparece en la Biblia sobre el sexo ilumina y
fundamenta la reflexión posterior, pero a veces no se puede
concretar la importancia de cada conducta concreta. La Escritura no
tiene una enseñanza detallada sobre conducta sexual, pero
ciertamente aporta respuestas importantes a los interrogantes que
hoy nos formulamos. Por ello no puede dejarse a un lado la
meditación sobre el significado del sexo para descubrir el valor ético
pisoteado en ciertas conductas.
La moral tradicional ha clasificado con exactitud los pecados en
esta materia. Cualquier comportamiento aislado solitario
(masturbación), o con personas del mismo sexo (homosexualidad),
sin amor (prostitución), o sin estar ya institucionalizado (relaciones
prematrimoniales), que nieguen la procreación (anticonceptivos), o
la infidelidad del matrimonio (adulterio), lo considera siempre
pecado grave.
En abstracto no podemos negar la objetividad de estas
afirmaciones. Cualquiera de ellas señala un atentado contra alguna
de las exigencias de la sexualidad humana. Cerrarse al amor o a su
tendencia fecunda es la razón de fondo para cada una de esas
condenas. La persona que no se preocupa por evitar los riesgos del
instinto descontrolado y de integrarlo armoniosamente en su
personalidad, está cerrada a un valor serio y trascendente y niega
una exigencia básica del ser humano.
La sexualidad no es un medio de satisfacción privada, ni una
especie de estupefaciente al alcance de todos, sino una invitación a
la persona para que salga de sí misma. La realización de lo sexual
no adquiere valor ético sólo porque se lo realice "conforme a la
naturaleza", sino cuando ocurre conforme a la responsabilidad que
tiene una persona frente a otra, ante la comunidad humana y ante
el futuro. La sexualidad aparece, según la visión bíblica, como una
posibilidad de encuentro y de apertura al otro.
Según esta visión, no se pueden dar unas normas cuadriculadas
sobre cuándo hay ofensa a Dios y si esta ofensa es grave o leve.
Depende mucho de la actitud que se tome. Y ello no quiere decir
que pretendamos negar o disminuir la importancia de las faltas en
este terreno. La sexualidad tiene una función decisiva en la
maduración de la persona y en su apertura a la comunidad humana.
Una negación teórica o práctica del significado profundo del sexo
constituye un desorden grave por atentar contra una estructura
fundamental del ser humano.
Lo que resulta difícil de aceptar es la norma tradicional de que la
más mínima falta sexual constituye objetivamente un pecado grave.
La malicia del acto radica en la renuncia a vivir los valores de la
sexualidad. Si una conducta aislada no llegara a herir gravemente el
sentido de la sexualidad humana, no parece que ello se pueda
considerar un pecado grave, aunque de hecho sí sea una falta
contra el orden establecido por Dios.
En concreto, en el Antiguo Testamento, que ahora vemos, hay
una condenación muy expresa contra el adulterio. La podemos
constatar, además del texto de los mandamientos, en Dt 22,22-27;
Jer 7,9; Mal 3,5; Prov 6,24-29; Eclo 23,22-26.
A lo largo de todo el Antiguo Testamento se encuentran cantidad
de prescripciones referentes a temas tocantes a la sexualidad.
Muchas de ellas son normas culturales y aun higiénicas. Sería
fastidioso enumerarlas. Podría verse un resumen de ellas en
Levítico 20,10-21. Casi ninguna de ellas nos atañen a nosotros, ya
que nuestra cultura es muy diferente.
La prostitución no es objeto de censura especial (Gn 38,15-23;
Jue 16,1), pero la literatura sapiencial, mostrando un progreso
evidente, pone en guardia contra sus peligros (Prov 23,27; Eclo 9,3-
4; 19,2).
Existen testimonios que consideran a la homosexualidad como
conducta contraria a los designios de Dios (Dt 23,18; Lev 18,22;
20,13; Jue 19,22-30; 1 Re 14,24; Gn 19,1-29). Es atacada
duramente la bestialidad (Ex 22,18; Lev 18,23; 20,15-16; Dt 27,21).
Adulterio, homosexualidad y bestialidad eran consideradas
conductas dignas de pena de muerte.
Jesús, como veremos más adelante, ahonda las prescripciones
del Antiguo Testamento, alcanzando al pecado en su raíz, que es el
deseo que proviene de dentro (Mt 5,28; 15,19). Pero su mayor
avance radica en la comprensión con que trata al pecador, muestra
visible de la misericordia del Padre Dios.

1 comentario:

  1. hola victoria que lindo de talle me encanto¡ estos son los mensajes que valen la pena. bendiciones.......

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